Selección de poemas y recitados
RELATO DE MADRUGADA
En la plaza vacía está lloviendo.
Hay un único taxi en la parada.
Apagado el motor,
dentro del coche hace mucho frío.
Se abre una puerta y sube un pasajero
de malhumor, cansado, con la ropa mojada.
Le da una dirección.
Al saltarse un semáforo, le abronca.
El taxista se vuelve murmurando:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
El pasajero calla y se hunde en el asiento.
Avanzada la noche, sube al taxi
un grupo en plena juerga, y él les dice:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
Todos nos hemos de morir, contestan,
entre las bromas y las carcajadas.
Acabado el trabajo, en el garaje,
se acerca a la cabina de la radio:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
La mujer, con los ojos
enrojecidos de cansancio,
le contesta que sí mientras atiende
a las voces mezcladas con el ruido
que van surgiendo desde la emisora.
Esto es, en realidad, un relato de Chéjov.
En él cae la nieve, no la lluvia,
y el coche es un carruaje con un viejo caballo.
Sé que el taxista no podrá dormir.
¿Y la muerte? ¿Está dentro del puño
que levanta la vida, o es el puño
en el que estamos encerrados?
En la historia de Chéjov, al cochero
le queda su caballo para poder contarle
que su hijo está muerto. De repente,
siento que todo está dentro de mí,
que el miedo ya está helándose,
y enciendo un fuego, y todos sentimos su calor,
el taxista, el cochero, tú que me estás leyendo,
yo, mis muertos y Chéjov, todos juntos
viendo caer la vida en soledad, como la nieve.
Un tren nocturno cruza, barnizado de rosa,
campos de olivos al alba.
Aquí acabo, cansado, somnoliento
y misteriosamente feliz, este poema.
UN VIEJO PASEA
Llevo todos los años que hemos vivido juntos
como un pesado abrigo una noche de invierno:
abriga tantas horas de dolor.
La oscuridad se hiela mientras espera el alba
y pasan unos faros a lo lejos.
No hay asesino alguno que pueda darme miedo
si llevo el grueso abrigo debajo del que oculto
este amor de cañones recortados.
Siento el poema en el estómago:
un hambre que me salva de la muerte.
Y hay tanta oscuridad en cada manga
que las manos, artríticas y frías,
son un olvido o una despedida.
AMOR Y SUPERVIVENCIA
Destruido ya el pasado, no cesamos
de intentar reconstruirlo, igual que un caserón.
Pero hoy allí no vive nadie.
No queda ni siquiera la liturgia
que hay de madrugada en la autopista.
Comprendo poco ya de aquellos días.
Quedan los resultados. Duros en ocasiones.
El afecto, una casa de muñecas,
llegaron a ocultar tu soledad.
Heridas feas bajo vendas blancas.
Camino bajo lunas impecables
de tu niñez y siento un orden
de cuentos para cuando te dormías.
Pienso en la dignidad de aquella niña
que dejaba a su hermana –la más débil
su lugar de princesa. No hay errores que puedan,
sin que nos demos cuenta, llegar hasta tan lejos
como los cometidos con la infancia.
Si no supiera qué amor eres
ni tú supieras qué amor soy,
habríamos perdido nuestra estrella.
Aunque ignoro desde hace muchos años
tus miedos y esperanzas cuando estás
sola en alguna habitación de hotel.
Aunque nunca sabré cuál de mis rostros
escogerás un día al recordarme,
he sentido de pronto que tú y yo, sin caricias,
hemos sobrevivido a un abandono.
BANDONEÓN
El litúrgico armonio callejero,
el órgano más pobre de Alemania,
fue con los emigrantes que embarcaron
y llegó hasta el burdel en Buenos Aires.
Igual que un cura apóstata,
allí se fue arrastrando por historias
de soledad y de melancolía.
Amé siempre los tangos, que escuchaba
en mi niñez, las tardes de domingo:
mi padre y mi madre los bailaban
recorriendo el pasillo de la casa.
Son la voz de una épica perdida,
con los bandoneones arrastrando
letras que hablan de un amor culpable.
Los que bailaban en aquel pasillo
ahora viven ya dentro de un tango
que, misteriosamente feliz, canta
un viejo que sonríe dando un paso de baile
mientras se acerca a la Desconocida.
RETORNO
La luna aporta su prestigio antiguo
al pequeño, apartado vertedero
que, clausurado ya, mira hacia el valle
donde tiemblan las luces distantes de unos pueblos.
Cuando veníamos de noche
a tirar la basura,
nos quedábamos a ver el firmamento.
Oigo un rumor de bestias cruzando matorrales.
Árboles, horizonte: todo en orden.
Bajo la luna, al viejo vertedero
hoy lo cubren espliegos y tomillos:
Pero no tiene ya la misma fuerza
de cuando nos quedábamos aquí para mirar,
rodeados de basura, las estrellas.