Selección de poemas y recitados
BRINDIS
Más juntos de lo que supone nadie,
alzamos las dos copas.
En los ojos del otro, cada uno
halla su propia luz.
En un instante, un hombre, una mujer,
pueden equivocarse.
Pero el instante nunca volverá.
VISITAS DE OBRA
Durante tantos años he comenzado el día
dentro del ordenado desorden de las obras.
Frente a mi casa han empezado una.
La contemplo a menudo,
recuerdo amanecer en medio del estrépito
al cortar una plancha de acero con el disco
y el fragor ultrajante del martillo mecánico.
Perforar y romper para construir:
es esta música contemporánea
de una justificada destrucción.
Después de la visita
buscaba un bar donde estar solo, a salvo
del ruido y a la vez dentro del ruido,
y con el ángel gris de una estructura
de edificio entrevista en los cristales.
Cielo de hormigón húmedo
de los suburbios, siempre endureciéndose.
Todo el hierro oxidado y laboral.
Una ternura que oigo todavía
cuando graniza el tiempo
en los cristales de mi intimidad.
La vida se termina como empiezan las obras:
perforar y romper para construir.
Una justificada destrucción.
UNA ESTRUCTURA
Cuando era un hombre joven
levanté la estructura de hierro de una cúpula.
Hace unos meses que la derribaron.
Vista desde el lugar en donde va acabándose,
la vida es absurda.
Pero el sentido se lo da el perdón.
Cada vez pienso más en el perdón.
Vivo bajo su sombra.
Perdón por una cúpula de hierro.
Y perdón para aquellos que ahora la han demolido.
JAZZ
Nosotros lo llevamos a su primer concierto.
Permaneció muy quieto entre los dos.
El saxofón y el piano quedaron bajo el foco.
Dentro de la penumbra noté en sus ojos tímidos
el centelleo de los instrumentos.
La razón más profunda de la música
será su abrigo contra el desamparo.
Le quedará el calor de aquella hermana muerta.
Y nuestra compañía. En todos los conciertos.
Dignidad
Si la desesperanza
tiene el poder de una certeza lógica,
y la envidia un horario tan secreto
como un tren militar,
estamos ya perdidos.
Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié.
Él no tiene la culpa de su fuerza
y menos todavía de mi debilidad.
El ayer fue una lengua bien trabada
para pensar, pactar, soñar,
que no habla nadie ya: un subconsciente
de pérdida y codicia
donde suenan bellísimas canciones.
El presente es la lengua de las calles,
maltratada y espuria, que se agarra
como hiedra a las ruinas de la historia.
La lengua en la que escribo.
También es una lengua bien trabada
para pensar, pactar. Para soñar.
Y las viejas canciones
se salvarán.
GENTE EN LA PLAYA
La mujer ha aparcado en una calle
junto a la arena.
Baja del coche y, sin prisa,
saca y despliega la silla de ruedas.
Después, coge al muchacho,
lo sienta y le coloca bien las piernas.
Se aparta unos cabellos de la cara
y, mientras siente como ondea su falda,
va empujando la silla de ruedas hacia el mar.
Entra en la playa por el pasadizo
de tablas de madera que, de pronto,
a unos metros del agua, se detiene.
Muy cerca, el socorrista mira al mar.
La mujer alza al chico:
lo coge por debajo de los brazos
y, de espaldas al agua, va arrastrándolo
mientras los pies inertes del muchacho
dejan dos surcos tristes en la arena.
Lo ha llevado muy cerca de las olas
y lo deja en la arena para volver atrás
a recoger el parasol y la silla de ruedas.
Estos últimos metros. Siempre faltan
los malditos, terribles metros últimos.
Estos te romperán el corazón.
No hay amor en la arena. Ni en el sol.
Ni tampoco en las tablas, ni en los ojos
del socorrista, ni en el mar.
Estos últimos metros
son el amor. Su soledad.
DESPUÉS DE CENAR
Han llamado a la puerta pero al abrir no hay nadie.
Pienso en los que amo y no vendrán. No cierro.
No es posible ninguna bienvenida.
Espero con la mano sobre el marco.
La vida se ha afianzado en el dolor
como una casa sobre los cimientos.
Sé por quién me demoro
dejando el haz de luz hospitalario
en la desierta calle.
UNA MUJER MAYOR
Las novelas que tratan de parejas
o de madres e hijas
novelas, pues, de amor las ha leído todas.
No cree ni en la sombra de Dios,
ni en nada más allá de las personas.
Cuando, con mi cinismo, yo me acerco,
me escucha y se entristece. Me doy cuenta
de cómo la deseo todavía,
pero ella mantiene a mi amor
lejos de la pasión,
quizá por tanta muerte, quizá por una vida
plena pero difícil: muchas veces
brutal de plenitud. La he entendido mal,
tampoco sé muy bien
qué es lo qué ha entendido ella de mí.
Pero hay un amparo para ambos.
Y tengo un privilegio: llevo escrito
su poema en mis ojos.
No sabría escribir ninguno como este.
POESÍA
Tampoco, como Sísifo, yo conozco mi roca.
La subo a lo más alto. Pero cae hasta abajo.
Vuelvo a buscarla, es pesada y áspera.
Aun así la caliento entre mis brazos
mientras vuelvo a subirla a lo más alto.
Es una extraña infelicidad.
Pienso que, todavía más cruel,
es no haber encontrado roca alguna
para subirla así, inútilmente.
Subirla por amor. A lo más alto.
SE PIERDE LA SEÑAL
De noche, en un pequeño aeropuerto,
ves un avión que va elevándose.
Se va perdiendo la señal.
Sin ninguna piedad por lo que has sido,
pues la piedad es demasiado efímera
no hay tiempo a construir nada sobre ella ,
te sientes convencido de vivir,
aunque sin esperanzas, unos años
que son los más felices de tu vida.
Hay otra poesía, la habrá siempre,
como hay otra música. La de Beethoven sordo.
Cuando se pierde la señal.